El arte de Manuel Rodríguez

En el contexto del panorama de las Bellas Artes internacionales asistimos hoy a un crisis medrosa de fantasía, de genialidad, de idealidades, mas también de problemáticas y de temáticas. Por este motivo los artistas viven en la oscuridad más completa y se dejan subyugar por las “atmósferas de las diferentes pseudovanguardias, quienes en los últimos cincuenta años no han dejado más que frágiles huellas detrás de ellas. 

Esta situación, este estado de cosas, en gran parte ha sido determinado por las variadas exigencias de la sociedad contemporánea, por la carrera del consumismo, por el poder determinante que considera la obra de arte como un producto hecho en serie. La ausencia de valores, de ideales y sobretodo de ideas nuevas ha creado desconcierto y confusión entre los artistas que todavía hoy continúan visitando las muestras sagradas de la pintura y de la escultura del pasado.

No pocas culpas se pueden adeudar, aunque la más importante se puede atribuir a la crítica, quien se empeña en definir artistas emergentes. Personajes que no tienen una poliédrica personalidad y ni mucho menos una interesante experiencia específica en el campo de las Bellas Artes, mas gozan solamente del apoyo de los mercaderes de arte y de la publicidad de las más importantes casas de edición de nivel internacional.


Esta premisa, esta oportuna y necesaria reflexión, nos conduce a conocer la personalidad y la excelente calidad de las obras del artista español Manuel Rodríguez Ramírez.

Sin duda posee una extrema sensibilidad, una exquisita riqueza interior, espiritual y una interesante capacidad de síntesis. A través de sus ventanas, abiertas sobre el mundo, el artista atrapa sonidos y ruidos, y en gracia de su fantasía y genialidad logra transfigurarlas en imágenes llenas de poesía lírica.

Ha endulzado el mito de Orfeo: entre el ser y el aparecer hay un puente del sueño, un cosmos misterioso de la vivacidad creativa, libre de interpretar emociones y sensaciones y perseguir aquel desvanecente plato de la vida que vuelve a dominar el símbolo con un caudal de surrealismo, de memoria, de materia. Arquetipos humanos que vuelven a mostrarse, a aparecer para completar un pensamiento ya expreso. 

Al artista interesa lo que el alma ve con los ojos cerrados, en una condición ajena, demostrando a través de su pintura que hay una sola obra humana que es verdaderamente grande: la capacidad psicoemotiva de advertir a través de la premonición del sueño, en los modelos y en las formas, el misterio que nos rodea.

Con un lenguaje fluido, articulado en interrelaciones de figuras con significados inteligibles y comprensibles, con un repertorio de formas figurativas que solamente interesan a la huella del sueño, uniendo el hilo de la memoria y el de la inocencia. Un mundo donde la fábula, el cuento y el mito participan del diálogo, del juego de las alegorías. 

Su pintura es una invitación a la explicación de un misterio, aquel de confiarse a un mensaje interior que, al mismo nivel no se calma con la atracción de lo creativo y que da vida a las sombras y atmósferas etéreas, ligeras, donde se recoge lo que la percepción le sugiere, le aconseja y le apunta. Es vivir la expectativa de un nuevo sueño de colorar. 

La delicadeza de las imágenes, la vivacidad de los colores, la ensoñadora atmósfera que podemos revivir en toda la obras de Manuel Rodríguez atestan el soberbio entendimiento de las variadas técnicas pictóricas, su alegre fantasía que persigue fábulas juveniles: es la poesía de la memoria traducida en imágenes, ideas de aquel velo innato en el espíritu del artista donde vislumbra urgente imperiosa la ansiedad, la necesidad de libertad expresiva. Su sed de perseguir las quimeras, las fábulas inocentes de la primera infancia y el deseo de traspasar las angustias y las miserias espirituales de nuestro tiempo es como refugiarse en un puerto dorado donde todo adquiere un sentido. El mar, el cielo, el mundo natural y la frialdad de la objetividad material han perdido los contornos en sus obras, para adquirir valencias, símbolos y códigos de pura y sencilla entidad espiritual, capaz de donar a todos nosotros la alegría de una realidad más poética y soñadora. 

No podemos omitir la evidencia del carácter espontáneo de su obra, la sinceridad y novedad del estilo, junto a su participación emotiva, bien presente en cada obra. Del mismo modo que tenemos que reconocer que el artista posee unas excelentes calidades expresivas y no usa anaqueles académicos, que habrían surtido de menor poder formal a las atmósferas pintadas en el lienzo. Prosiguiendo el discurso con la afirmación de que su pintura es preciosa, es rica en válidos y delicados mensajes de paz, de humanidad entera, de naturaleza que el poder dominante ha ensuciado para siempre.

Dulce, delicado, rico, de inconfundibles símbolos es el lenguaje expresivo del artista que, entre otras cosas logra crear la perfecta amalgama de los colores y rendir de modo maravilloso las distancias y el juego de la perspectiva entre los objetos pintados. La paleta es rica, de gratificantes llamadas poéticas, que nos sorprenden y fascinan por el halo de misterio y poesía que se extiende en el contexto de la obra.

A mi juicio las calidades técnica y prácticas de Manuel Rodríguez son excepcionales, aunque mayor lo es su larga y reconocida experiencia madurada en los muchísimos años dedicados a las bellas artes. Habría querido citar todas las bellísimas obras del artista, mas es prácticamente imposible. De aquellas citaré solamente algunas como Albaicín, Homenaje a García Lorca, Natividad, Oda al mar y sus gentes, Mensaje, Pensando en el futuro…, que a mi juicio son la maravillosa y extraordinaria síntesis de sus calidades humanas, de sus expectativas, de sus quimeras, de sus esperanzas. Los mitos de su niñez y juventud vuelven a su memoria, se cubren de poesía lírica y hermosean momentos de vida revivida en nombre del arte. Los arcanos silencios conviven con la ansiedad de misterio que se respira detrás de las ventanas, que reflejan escorzos de particular belleza donde es todavía posible la vida humana entre tanta miseria espiritual y desequilibrios materiales. Suspendidos en el aire, errantes en el contexto de la obra encierran la inmensa belleza de la pintura de nuestro artista.

Una nota nostálgica y melancólica parece advertir por su tierra ensuciada por la mano violenta del hombre contemporáneo. La pintura de Manuel Rodríguez es amable, hermosa, válida, interesante, rica de encanto, de misterio, de válidos mensajes que logran evocar lugares y tiempos lejanos en el espacio y el tiempo, pero siempre presentes en el vivo recuerdo del artista.

El dibujo es siempre ligero, preciso, aterciopelado y bien se pone en acuerdo con la entonación lírica de la obra misma. Su estilo es muy personal, propio, inconfundible.

A menudo advertimos una música dulce, leve, delicada, que trasciende la realidad objetiva del presente para volar lejos en la infinidad de los espacios celestes, exquisitamente surreales de Manuel Rodríguez.

 

¡Enhorabuena!