Manuel Rodríguez el lenguaje de los simbolos
Manuel Rodríguez nació en Albolote, en la provincia de Granada, donde desde su niñez comenzó a utilizar la pintura como fórmula expresiva, como instrumento de análisis de su entorno y sus circunstancias. Sin una formación explícita en el campo artístico (es autodidacta), su trabajo constante y exhaustivo ha sido lo que le ha permitido crear una obra original, única en cuanto a sus concepciones compositivas y últimos resultados.
Numerosas exposiciones, tanto individuales como colectivas, y un segundo premio en el Segundo Salón de Invierno Ciudad de Nueva York, avalan su labor como creador. Granada y Madrid, sobretodo, han sido las ciudades elegidas para hacernos partícipes de su obra año tras año, obra que evoluciona, se expande y se supera con cada nueva pincelada.
Juan Antonio Vallejo-Nájera, gran conocedor del arte ingenuista, defiende que Manuel Rodríguez “ha inventado técnica, oficio y temática”, porque la obra de este pintor exhala una espontaneidad original, una frescura en sus trazos que no es asimilable con la de otros artistas. Su trabajo, como el del orfebre, se entretiene con minucioso afán en cada detalle para ofrecernos una obra múltiple en planos y en mensajes, desde la perspectiva de una persona sensible y apasionada con lo que representa.
Todo un lenguaje simbólico se recrea en cada lienzo, en cada tabla, estructurando así un estilo innovador que se ha denominado bajo el epígrafe de surrealismo naif, que le permite enfocar la pluralidad de cada realidad concreta, enriquecida con cada uno de sus mensajes individuales. André Breton haciendo referencia al surrealismo habló en su momento “del libre ejercicio del pensamiento” y eso es lo que hace Manuel Rodríguez: dejar que sus reflexiones tomen cuerpo combinando todas las ideas asociadas que dan como resultado sus realidades vivenciales.
La composición formal de sus obras generalmente ofrece dos planos diferenciados, un primer plano que se siluetea abriendo un espacio a un segundo nivel con más variedad cromática y que reúne la principal fuerza del mensaje de cada obra (cómo no recordar algunos de los cuadros de René Magritte, artista que también ofrecía un mundo ilusionado dentro de las siluetas de sus grises personajes). El resultado de esta contraposición de planos es la simbiosis entre la realidad y la fantasía, lo cotidiano y lo utópico.
Su pintura es intimista porque cada espacio delimitado parece una ventana que nos ofrece un microuniverso complementario y distante de los que le rodean. Sus composiciones quizás sean barrocas, pero están estructuradas con un lenguaje sencillo, sincero y personal que le permiten crear su propio lirismo, una poética que utiliza para homenajear a Lorca, insinuar la paz o anhelar el agua.
Manuel Rodríguez es un artista cuya paleta está rebosante de sutiles metáforas, trazadas con esa ingenuidad infantil que es el mejor exponente de un espíritu puro, esperanzado y testigo mudo del mundo, de ese mundo que es nuestro soporte pero también de esas pequeñas intrahistorias unamunianas que definen la esencia misma de cada individuo siempre similar pero eternamente diferentes.